Las palabras escapan del papel y
vuelan como golondrinas.
Entre mis amigos
cuento con el estanque,
algunos árboles
y muchas de las flores conocidas.
Casi todas me gustan,
pero algunas
me parecen altivas por su porte,
otras parecen inalterables,
como plastificadas
que nada les afecta.
Me encantan las violetas y
las margaritas amarillas,
que apenas levantan del suelo;
de una belleza sencilla,
sin estridencias,
nos ofrecen la luz
de sus pétalos sencillos.
El polen revolotea en el aire,
bailan los penachos florales
de las acacias.
Me imagino un pájaro,
cuyas diminutas alas, se agitan
cuando deseo llegar
a esos pasajes donde
la belleza lo impregna todo.
La luz de amanecer
se manifiesta radiante,
un rosado especial se derrama
sobre el jardín,
donde pían los pájaros
y las flores hablar entre sí;
no entiendo lo que dicen
pero me asombro de sus risas.
Las carcajadas vuelan con el viento,
hasta integrarse en el pentagrama
de una canción para niños.
Todo está bañado por un candor
ingenuo y apasionante
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